La vida es así.

Yo soy así, si te gusta bien, y sino también.

domingo, 12 de diciembre de 2010

No necesariamente TODO tiene un sentido

Los rumbos de la vida, tan inapropiadamente indescifrables, tan incansablemente impredecibles. Camino hacia un lugar, ese lugar, al que venía observando desde lejos. Me encuentro con el ritmo vertiginoso de la vida, tan paradójicamente gradual, sin darnos cuentas terminamos donde el destino quiere. Y en el medio de todo eso el amor. Ahora bien, convengamos que nadie tiene la definición apropiada del amor. ¿Qué es el amor entonces? No es un alguien, sino un qué. Es eso intangible que nos da fuerza, nos da vida, nos llena tanto de felicidad, y cuando falta nos deja tan pero tan vacíos, un vacío imposible de llenar. “Sos el amor de mi vida” dice por ahí algún muchacho enamorado. ¿Está bien expresada esa frase? No. Error. El amor es lo que sentimos hacia ese alguien, como a  un hijo, a un padre, a una novia.

Sigamos con esto. Cuando se dice “sufro por amor”, otra frase mal utilizada. Lo que nos hace sufrir es la ausencia del amor, la ida de esa persona que nos proveía de ese amor, que nos llenaba de felicidad, que se marchó y no va a volver.
El amor fija nuestro rumbo, pero al mismo tiempo nos lleva hacia donde no planeamos ir, hacia ese lugar de bienestar absoluto, y cuando perdemos su guía al abismo más profundo. Entonces, ¿por qué estoy triste? ¿Es por la falta de amor? ¿Es porque no encuentro mi rumbo? ¿No encuentro mi rumbo por no encontrar el amor? ¿No encuentro el amor por no fijar mi rumbo? Creo que es un poco de todo.

Alguien me cuida desde el cielo, lo sé, o al menos eso quiero creer, al menos eso me hacen creer. Distancias, rumbos, amor. ¿Quién soy yo para hablar de esto? Alguien que sufrió y utilizó mal todas esas frases y muchas otras que no están acá. Sí, soy yo, ese que duda de todo, que dudó, que negó y se arrepintió de tantas otras cosas. Ese soy yo, el que te extraña, el que mira tus fotos e intenta contener las lágrimas. Ese que siente que sin vos no hay rumbo, que ni la familia ni los amigos pueden ayudar. Ese que se siente muy solo, ese que se habla con tanta gente, y al mismo tempo se encierra.

Nos vamos a volver a ver a los ojos, lo sé, o al menos eso me hacen creer, allá arriba, donde te escondés de mí, donde me observás impaciente, desesperada sin saber que hacer. Porque sé que estás allá. Y yo quiero ir con vos.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Antes de volver a casa

Esas calles me remontan a tiempos pasados, ruidos, aromas, el horizonte en la lejanía dibujado de esa manera tan particular, el árbol de la plaza, los chicos corriendo, el puesto de diarios, la señora del kiosco con esa sonrisa resplandeciente, aunque ya con canas entreveradas en sus cabellos castaños. Mi vida pasó como un rayo, y me encuentro acá parado, en este punto del universo, tan solo, pero rodeado de todos, tan desolado, pero mezclado entre la gente. Me pregunto, ¿qué hubiese sido de nosotros?, épocas felices de sonrisas, de música festiva, de besos adolescentes, pero con mucho amor. El amor que fue mi energía, ahora desvanecida, casi apagada, el motor que mueve el mundo, mi mundo, donde vivíamos los dos, con nuestros sueños, nuestras tontas peleas, que siempre se perdían en interminables abrazos.
Me vi parado en esa esquina, con la mirada perdida, observando esa paloma que sobrevolaba, envidiando ese vuelo repentino, ahuyentadas por los transeúntes que pasaban sin mirar. Miré mis manos, arrugadas por el tiempo, curtidas de tantos viajes a quién sabe donde. Miré mis ropas, fuera de moda, y en la vidriera vi reflejados mis cabellos revueltos, desordenados, tan desordenados como mis pensamientos.
Caminé unas cuadras, a paso lento, pero persistente, casi sin mirar a los costados. Ahí estaba, el viejo árbol, donde escribimos nuestros nombres por primera vez, donde nos juramos amor eterno, donde nos besábamos a escondidas, con nuestros uniformes escolares, llenos de vida y esperanzas, con las hormonas a flor de piel.
Seguí caminando, pero ésta vez con una sonrisa. Me paré en la vereda del colegio, vacía ya de niñez, pero llena de mí, llena de mi vacío melancólico. Me imaginé con la camisa y la corbata, con mi mochila repleta de libros y cuadernos, con vos mirándome de lejos.
“La vida es corta”, me dije. ¡Qué frase más insípida pero tan certera! Te fuiste de un día para el otro, casi sin pensar. No te animabas a mirarme, pero tus lágrimas derramándose me lo decían todo. Te ibas, y era para siempre. Lo presentía, lo eras todo, tan perfecta, tan celestial, demasiado angelical como para pertenecer a este mundo. Lo eras todo, y un simple mortal no era merecedor de esa imponente imagen, de ese rostro divino, de esa mirada hipnotizante. Lo eras todo, y fuiste mía. Fuiste mía, y te fuiste. Eras toda mía, pero ya no.
Empieza a anochecer, vuelvo a recorrer esas calles, que 20 años atrás recorría rutinariamente al salir de la escuela. Tantos recuerdos, tantas anécdotas, y vos siempre presente. Esa vida que pasó, lo vivido, ya no está, ya se fue, se fue con vos, y vos no te vas nunca más.
Tomo el colectivo, vuelvo a mi casa. La cena estaba lista y mi sonrisa y las ganas vuelven a mí. Nadie sabe que fui a recordarte por ahí, nadie, pero debo seguir con mi vida.
Me senté a la cabecera de la mesa, te corro de mi mente por algunas horas, porque ahora es tiempo de cenar con mi esposa y mis hijos.